La pintura de Lola del Castillo siempre me ha atraído. Supongo que mi apego a la fotografía es, en parte culpable de esa sensación de afinidad. Ese momento atemporal, esa sensación de inmortalidad en un espacio estático pero que siempre sugiere un movimiento, esa realidad troceada que describían sus series de cuadros influyeron en mi amor a la fotografía y a entender la parte más cerebral de la música. Ésta no es solamente una sucesión de ondas sin más. Es un complejo ramal de estímulos construido a partir de sensaciones auditivas sometidas a las leyes de la acústica y su aprendizaje a lo largo de la historia. Y somos nosotros los encargados de darle sentido a esos sonidos y llamarles música al igual que cuando buscas qué momento inmortalizarás al apretar el disparador de la cámara y al igual que moldeas los colores para crear las texturas adecuadas en un lienzo.
Siempre me ha gustado trabajar a partir de motivaciones visuales y sugerir una nueva perspectiva que pueda enriquecer la idea que el artista inicial reflejaba en su obra, cuando ésta se presentaba sin más envoltorio que el propio.
Cuando se lo pedí a Lola, me dijo que a lo mejor habría un problema porque había cambiado su estilo y no sabría si… ¡Me sigue gustando tu obra! Pero este nuevo concepto en el que las líneas y trazos casi obligados de antaño han dejado de tener importancia a favor de las combinaciones de colores y texturas, me ha obligado a cambiar el concepto que me sugería su obra anterior.
No por ello quiero justificar el tiempo invertido. Creo que la creación no puede ser inmediata aunque tampoco hay que esperar a la divina inspiración. Sencillamente el arte surge en el momento adecuado.
Hay tres maneras de “acompañar” musicalmente una obra visual: enfatizar su idea siguiendo el mismo estilo, contrarrestarla con un estilo diferente o simplemente no aportar nada con una música sin profundidad. Yo he preferido enfatizarla aunque en este caso no me he planteado el mismo viaje que la semilla. De entrada ordené los cuadros a mi parecer, rompiendo así ese viaje previo. Para mí, cada uno de ellos son transformaciones de esa semilla (que podría ser la existencia misma) y como en la vida real, aquéllas acostumbran a ser lentas, las ideas musicales engloban más de un lienzo.
He querido crear texturas musicales más que un discurso definido por series de notas, superponiendo diferentes capas de sonidos sin una afinación determinada. Todo el material es nuevo salvo el tema de estilo más clásico. Aunque lo he moldeado como un símil de las realidades fragmentadas que pintaba en sus series anteriores. El piano del final pretende sugerir esa añoranza por la vieja Habana perdida en el tiempo.
Duende es o era un marginal de la calle que te ofrecía sus poemas en fotocopia a cambio de un mísero euro para poder seguir emborrachándose.
Jeroni Pagan